Parece que oscurece cuando las cosas no acompañan pero aquel día no solo fue un día oscuro y nublado...
Fue un día con tarde de lluvia.
Y llegó ese día.
Habíamos pasado, ya, muchos días tormentosos pero siempre volvíamos.
Ya todo era un presagio, ese domingo ya me levanté tarde y mal, era oscuro y para mí no había salido el sol.
Pero la tormenta de ira contenida estalló aquella misma tarde: relámpagos de reproches y recriminaciones era el presagio de una semana de emociones contenidas.
Tú el trueno y yo la lluvia.
Entonces nos entremezclamos en una dura batalla y abrimos el paraguas para que nos protegera del mal tiempo, del nuestro y del meteorológico. Lo compartíamos.
Rompiste el paraguas y yo resulté malherida.
Era mi paraguas, mi favorito y tú lo sabías.
No es que fuera nada del otro mundo pero me gustaba su color verde azulado y su palo de madera. Tenía su encanto, me recordaba a aquellos paraguas de época.
El palo estaba partido y las varas rotas. Lo recogí del suelo, cogí las dos partes y corrí a casa mientras gritabas detrás de mí.
Entonces traté de arreglarlo y puse todo mi empeño creyendo que si lo arreglaba lograría repararme a mi misma.
Arreglé el paraguas y ese mismo día aprendí que la fuerza y el amor está dentro de un@ mismo, buscarlo fuera es estar vací@ por dentro y fue así entonces como recuperé mi paraguas para los próximos días de tarde de lluvia.
A veces te cansas de que siempre te rompan los paraguas, y al final te acabas comprando un sombrerito de fieltro.
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